Torre de la Calahorra. Córdoba
La torre de la Calahorra (en árabe: qala’at al-hurriya) es una fortaleza de origen islámico concebida como entrada y protección del Puente Romano de Córdoba (España). Fue declarada Conjunto Histórico-Artístico en 1931, junto con el puente romano y la puerta del puente.
Forma parte del centro histórico de Córdoba que fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1994.
Alberga la sede del Museo Vivo de al-Ándalus, inaugurado en 1987 y gestionado por la Fundación Paradigma Córdoba.
La Fundación Paradigma Córdoba, con sede en la Torre de la Calahorra de Córdoba, sucede a la fundada en 1987 por el pensador francés Roger Garaudy, cuya actividad en Córdoba fue muy destacada, especialmente en propugnar la convivencia entre todas las culturas. En 2010, la Fundación cambió su nombre por el actual de Fundación Paradigma Córdoba.
Sus Estatutos recogen sus fines esenciales de recordar el papel capital de Córdoba en la fecundación recíproca de las culturas de Oriente (china, hindú, árabe y persa) y de Occidente (greco-romana y judeocristiana) entre los siglos VIII al XIII. Así como, los ejemplos positivos de convivencia entre las tres religiones abrahámicas: judía, cristiana y musulmana, que ocurrieron en al-Andalus. Se trata de fomentar la excepcional dimensión cultural de la ciudad de Córdoba, bajo los principios y fundamentos del Ecumenismo y del Diálogo.
Para expresar sus objetivos de entendimiento y paz, la Fundación Paradigma Córdoba recurre a dos organismos, el Museo Vivo al-Andalus y la Biblioteca Viva al-Andalus, y a sus proyectos y actividades como el Foro de Córdoba, los Caminos de Concordia y sus Publicaciones.
Líderes de la época
La conversación entre Averroes e Ibn Arabi revela dos modelos de pensamiento que al-Andalus heredó del mundo clásico. La tradición aristotélica del primer gran maestro mediante la búsqueda de la verdad a través de la razón se contrapone al misticismo que el joven Arabi practicó y legó al Islam.
Averroes, Maimónides, Ibn Arabi y Alfonso X el Sabio, cuyas efigies se representan en el museo.
«En aquella época yo era todavía un joven imberbe. Al entrar en su casa, Averroes se levantó para acogerme con grandes signos de amistad y afecto y me besó. Después me dijo: ‘¿Sí?’, y yo le respondí: ‘Sí’. Mostró alegría al ver que le comprendí. Al observar el motivo de su júbilo, le dije: ‘No’. Entonces se sorprendió, palideció y diríase que dudaba de sí mismo. Seguidamente me hizo la siguiente pregunta: ‘¿Qué respuesta has encontrado a las cuestiones de la Revelación y de la gracia divina?, ¿coincide tu respuesta con la que se nos da en el pensamiento especulativo?’. Y yo le contesté: ‘Sí-No’, ‘Y entre el Sí y el No los espíritus vuelan más allá de la materia y las cabezas se separan de los cuerpos’. Al escuchar esto, Averroes palideció e incluso tembló y escuché sus labios murmurar: ‘No hay más fuerza y poder que la que viene de Dios’… Por tanto, había comprendido.»
Uno de los alumnos más aventajados de Averroes, el judío Moseh ben Maimón, Maimónides, llevó a su comunidad a las más altas cotas de la medicina, ciencia y filosofía en la historia. Como su maestro, ejerció su profesión en corte de sultanes y también se vio obligado como él a emigrar de Córdoba, ante la presión intransigente de las doctrinas de los almohades en al-Andalus. Maimónides escribió la mayor parte de su obra en árabe y en una determinada «aljamía» o árabe escrito con caracteres hebreos.
El exilio de los judíos hacia el Norte peninsular, como los Tibbón, supuso la traducción de los tratados de Averroes y Maimónides al hebreo y al latín, así como la trascendencia de su legado más allá del mundo islámico y judaico. Con su muerte, el pensamiento de ambos siguió vivo, generando debates en las universidades europeas, hasta asentar las bases de un renacimiento que empezaba a vislumbrarse.
De igual modo que el Islam helenizó el pensamiento hebreo por conducto de la literatura árabe, fueron los judíos quienes transmitieron al mundo cristiano la filosofía y la ciencia andalusí. Una simbiosis luego trasladada a los reinos peninsulares cristianos, inmersos en un caudal y trasvase de conocimientos que Alfonso X el Sabio, elevó a su corte con la creación de la Escuela de Traductores de Toledo.
Obras clásicas griegas y andalusíes fueron traducidas al latín. así como los textos sagrados de las tres religiones. Credos que fueron representados por prestigiosos intelectuales árabes, cristianos y judíos que enseñaron gramática, matemática o astronomía. Con la ayuda de astrónomos y cosmógrafos musulmanes, el rey elaboró las “Tablas Alfonsíes”, necesarias para la navegación, a la vez que propició escuelas bilingües en Sevilla o en Murcia donde se impartía ciencia y filosofía.
Este flujo y trasvase de conocimientos que al-Andalus, absorbió, generó y luego transmitió se personaliza en el discurso de cuatro personajes representativos de los siglos XII-XIII;
Ingenio y avances científicos.
Luego vino el reinado de al Nasir li-din-Allah y entonces se sucedieron los beneficios y llegaron a Oriente libros de medicina y de todas las ciencias que despertaron el interés de las gentes.
La ciencia médica alcanza su cenit en al-Andalus a través de Abu-l-Qasim al-Zahrawi, llamado en latín “Albucasis” y “Abulcasis”, cirujano que vivió en la Córdoba califal (936-1013) y autor de la primera gran enciclopedia: el Tasrif, un extenso tratado sobre farmacología, patología y cirugía.
La Alhambra
El Museo recrea la Alhambra a través de la reproducción de los Palacios Nazaríes de Comares y los Leones. Se muestra el contraste de sus herméticos y potentes volúmenes externos propios de una fortaleza bien protegida, frente a la intrincada armonía de espacios públicos y domésticos del interior, donde el patio y el agua condicionan y articulan las diferentes estancias.
Asociada al paraíso, a la vida, a la persistencia, el agua queda vinculada a la cultura islámica en procesos de múltiples significados, como la purificación, requisito ineludible para las prácticas religiosas, que contactan al individuo con la divinidad
Por ello, la Alhambra evoca a través de las inscripciones de sus muros, la configuración de su planta y las estancias ornamentadas, el poder terrenal representado por el sultán y su conexión con la deidad mediante la materialización del paraíso.
Capital de al-Andalus, Córdoba fue durante el Califato de los Omeyas en el siglo X una de las metrópolis más pobladas de Occidente, sólo comparable a Bagdad, Damasco y Constantinopla. Lugar de encuentro de científicos, escritores y filósofos ávidos de transmisión e intercambios de saberes, fue elogiada y admirada por quienes la visitaban.
Parte de su extensión se circunscribió al recinto amurallado de origen romano, la “madina”. Tenía unos cuatro kilómetros de perímetro y siete puertas que fueron rodeados externamente de arrabales y necrópolis. En la madina se ubicaban los edificios de mayor relevancia como la mezquita aljama, el alcázar, baños públicos y privados, espacios destinados al comercio: la alcaicería, zocos y alhóndigas,… así como una densa red viaria y un tupido caserío doméstico.
La mezquita
Una de las cinco obligaciones de todo buen musulmán consiste en la oración ritual salat. Debe cumplirse cinco veces al día en alguna mezquita, u orientándose hacia la Meca en cualquier espacio libre y puro. A mediodía de los viernes, los fieles se congregaban en la mezquita aljama de Córdoba. Su maqueta reproduce su mayor momento de esplendor a finales del siglo X, una vez finalizado el último proceso de ampliación en tiempos de Almanzor.
Concebida como fortaleza de la fe entre contrafuertes, sobrios muros y escalonadas almenas, llegó a ser el tercer templo de mayores dimensiones de todo el mundo islámico. Un punto de referencia y peregrinación de viajeros de distintos puntos del Mediterráneo.
Fuentes:
https://www.torrecalahorra.es/
https://www.fundacionparadigmacordoba.es