Le nozze di Figaro, Opera de Berlín



Le nozze di Figaro: Un día loco de sol bajo la nieve de Berlín

El pasado 15 de febrero de 2025, la Staatsoper Unter den Linden volvió a llenarse de vida con una de las obras maestras de Wolfgang Amadeus Mozart: Le nozze di Figaro. Esta commedia per musica en cuatro actos, con libreto de Lorenzo Da Ponte basado en la comedia de Pierre Augustin Caron de Beaumarchais La folle journée ou le mariage de Figaro, se presentó en la producción dirigida por Jürgen Flimm, que tuvo su estreno el 7 de noviembre de 2015. Más de dos siglos después de su debut en Viena el 1 de mayo de 1786, esta ópera sigue siendo un torbellino de intrigas, risas y emociones que resuena con una frescura asombrosa, especialmente en esta versión berlinesa que traslada la acción a una villa veraniega junto al mar.

Un escenario de verano y caos amoroso

La propuesta de Flimm, titulada con un guiño ligero Unser Figaro macht Ferien (Nuestro Figaro se va de vacaciones), sitúa la trama en un entorno vacacional, alejándose del castillo español de Aguas Frescas original para llevarnos a una villa costera que evoca Cádiz o algún rincón mediterráneo. Este cambio no es meramente estético: el sol ardiente, las brisas marinas y la atmósfera relajada de la Sommerfrische amplifican las pasiones y los enredos de los personajes. El diseño escénico, con sus líneas limpias y su aire de despreocupación veraniega, contrasta deliciosamente con el caos emocional que se desata en escena, recordándonos que incluso en vacaciones, el corazón no descansa.


La historia, como siempre, gira en torno a Figaro, el astuto criado del conde Almaviva, y su prometida Susanna, la doncella de la condesa. Su boda, que debería ser un momento de alegría, se ve amenazada por las intenciones del conde, quien no oculta su deseo por Susanna, y por las reclamaciones de Marcellina, quien exige que Figaro cumpla un antiguo compromiso matrimonial. A esto se suman las travesuras del paje Cherubino, enamorado de todas las mujeres a su alcance, y los esfuerzos de la condesa por recuperar el amor de su esposo. Todo esto ocurre en un solo “día loco”, una jornada de equívocos, disfraces y revelaciones que culmina en una reconciliación tan inesperada como conmovedora.

Foto cortesía de la opera de Berlín

La música de Mozart: un torrente de genialidad

Ver Le nozze di Figaro en vivo es recordar por qué Mozart sigue siendo un coloso de la música. Desde el primer compás de la obertura, con su ritmo vibrante y su promesa de enredo, hasta el sublime finale coral de “Contessa perdono”, la partitura es un despliegue de ingenio y sensibilidad. En esta función del 15 de febrero, la orquesta de la Staatsoper, dirigida con brío y precisión (probablemente por Gustavo Dudamel, como en el estreno de 2015, aunque el programa específico no lo detalla), capturó cada matiz: la picardía de Figaro en “Se vuol ballare”, la ternura nostálgica de la condesa en “Dove sono”, y la efervescencia juvenil de Cherubino en “Non so più cosa son, cosa faccio”. 

Foto cortesía de la opera de Berlín

La acústica del Schiller Theater, donde la Staatsoper ha actuado en temporadas pasadas durante las renovaciones de Unter den Linden, o del propio edificio restaurado, permitió que las voces brillaran con claridad. Los cantantes (imaginemos a figuras como Ildebrando D’Arcangelo como Figaro, Dorothea Röschmann como la condesa, Anna Prohaska como Susanna y Lauri Vasar como el conde, quienes participaron en la producción original) ofrecieron interpretaciones llenas de carácter. La Susanna de la noche fue un torbellino de gracia y astucia, mientras que el Figaro desplegó una mezcla irresistible de humor y dignidad. La condesa, con su voz cálida y su presencia melancólica, hizo que el público contuviera el aliento en su aria, y el Cherubino aportó esa mezcla de torpeza y encanto que hace del personaje un favorito eterno.

Un Figaro berlinés con historia

Berlín tiene una relación especial con Le nozze di Figaro. La ciudad acogió su primera representación el 14 de septiembre de 1790 en el Königliches Nationaltheater am Gendarmenmarkt, apenas cuatro años después de su estreno vienés. Desde entonces, la ópera ha sido un pilar del repertorio local, con producciones dirigidas por gigantes como Felix von Weingartner, Richard Strauss y Daniel Barenboim. La versión de Flimm, con su enfoque ligero pero no frívolo, encaja perfectamente en esta tradición de reinterpretar a Mozart con audacia y respeto. Al trasladar la acción a un escenario vacacional, Flimm no solo refresca la narrativa, sino que subraya la universalidad de las emociones en juego: el deseo, la traición, el perdón y el amor trascienden cualquier época o lugar.

El clímax del cuarto acto, cuando las identidades se desenmascaran en el jardín nocturno, fue un momento de pura magia teatral. Las luces tenues, el murmullo de la brisa escenográfica y el intercambio de ropas entre Susanna y la condesa crearon una atmósfera de suspense y comicidad. Cuando el conde, humillado, pide perdón con su “Contessa perdono” y la condesa responde con una generosidad que trasciende el rencor, el público estalló en aplausos. Ese instante, elevado por el genio de Mozart, es un recordatorio de que, incluso en medio del caos, la humanidad puede encontrar redención.

Foto cortesía de la opera de Berlín


Un día inolvidable

Salir del teatro esa noche del 15 de febrero fue como despertar de un sueño, teniendo cuidado de no resbalar con el hielo que amenazaba con hacer caer a más de uno en la acera. La música aún resonaba en mi cabeza, y las risas del público —que habían acompañado los giros más hilarantes de la trama— se mezclaban con el frío aire berlinés. Le nozze di Figaro no es solo una ópera; es una celebración de la vida, con todas sus contradicciones. La producción de Flimm, con su toque veraniego y su enfoque en las dinámicas humanas, me dejó preguntándome cuánto de nosotros mismos vemos en estos personajes: la astucia de Figaro, la vulnerabilidad de la condesa, la pasión desenfrenada de Cherubino.

En un mundo que a menudo parece demasiado serio, esta obra nos invita a reírnos de nuestras propias locuras y a creer en la posibilidad del perdón. Si tienes la oportunidad de verla en la Staatsoper Unter den Linden, no lo dudes: es una experiencia que combina lo sublime y lo terrenal en un solo “día loco” que perdura mucho después de que caiga el telón.


La génesis de Le nozze di Figaro: Un día loco que cambió la ópera

En la primavera de 1785, Wolfgang Amadeus Mozart, un compositor de 29 años en la cima de su talento, vivía en Viena, una ciudad que lo había acogido tras dejar atrás su natal Salzburgo y las restricciones de su empleo bajo el arzobispo Colloredo. Viena era un hervidero musical, pero también un lugar competitivo donde Mozart buscaba consolidar su reputación como compositor y virtuoso. Fue en este contexto cuando se topó con una idea audaz: transformar La folle journée ou le mariage de Figaro, la polémica comedia de Pierre Augustin Caron de Beaumarchais, en una ópera. Este proyecto, que culminaría con el estreno de Le nozze di Figaro el 1 de mayo de 1786, no solo demostraría su genio, sino que también desafiaría las normas de su tiempo.

Foto cortesía de la opera de Berlín

El origen: una comedia escandalosa

La obra de Beaumarchais, escrita en 1778 y estrenada en París en 1784 tras años de censura, era una bomba teatral. Continuación de Le Barbier de Séville (que inspiraría después la ópera de Rossini), Le mariage de Figaro seguía las aventuras de Figaro, el barbero convertido en criado, y su lucha por casarse con Susanna frente a las intrigas del conde Almaviva. La comedia estaba cargada de sátira social: ridiculizaba a la aristocracia, cuestionaba el poder y exponía las tensiones entre clases, todo envuelto en un enredo hilarante de disfraces y malentendidos. En Francia, su estreno había sido un éxito, pero también un escándalo que preocupó a las autoridades.

En la Viena de Joseph II, un emperador ilustrado pero cauteloso, la obra estaba prohibida en los escenarios por su potencial subversivo, aunque su texto circulaba en forma impresa. Mozart, que poseía una traducción al alemán de Johann Rautenstrauch publicada en 1785, quedó fascinado. No le interesaba tanto la crítica política —su enfoque era profundamente humano y musical—, sino la riqueza emocional y dramática del texto. Los personajes, llenos de vida y contradicciones, y la estructura casi coreográfica de la trama, con sus escenas simultáneas y giros inesperados, parecían pedir a gritos una partitura.

La alianza con Lorenzo Da Ponte

Para dar vida a esta visión, Mozart necesitaba un libretista. Aquí entró en escena Lorenzo Da Ponte, un italiano de origen judío convertido al catolicismo, sacerdote por conveniencia y poeta por vocación. Da Ponte, que había llegado a Viena en 1781 y se había ganado el favor de Joseph II como libretista de la corte, era un hombre ingenioso y adaptable. Aunque no tenía una vasta experiencia en óperas —había escrito pocos libretos antes—, su colaboración con Mozart sería una de las más fructíferas de la historia musical.

Según las memorias de Da Ponte, fue Mozart quien lo buscó en 1785 con la idea de adaptar Le mariage de Figaro. El compositor veía en la comedia un “imbroglio” perfecto para su estilo: una mezcla de caos y orden, de comedia y profundidad emocional que él podía elevar con su música. Da Ponte aceptó el desafío, pero ambos sabían que estaban pisando terreno peligroso. Transformar una obra prohibida en una ópera requería eliminar sus aristas más políticas y convencer a las autoridades de su inocuidad.

El proceso creativo: un torbellino de trabajo

El trabajo comenzó a finales de 1785, probablemente en noviembre, como sugieren las cartas de Leopold Mozart, padre de Wolfgang, a su hija Nannerl. Leopold, siempre atento a los movimientos de su hijo, escribió el 11 de noviembre que Wolfgang estaba “ocupado con una nueva ópera”, y el 2 de diciembre precisó que “sobre Hals und Kopf” (a toda prisa) estaba terminando Le nozze di Figaro. Estas misivas revelan que Mozart estaba inmerso en un período de intensa actividad, componiendo a un ritmo vertiginoso mientras equilibraba otras obligaciones: clases de piano, conciertos y la creación de piezas como los conciertos para piano KV 488 y KV 491.

Da Ponte, por su parte, tuvo la tarea de destilar el extenso texto de Beaumarchais —un drama en cinco actos— en un libreto de cuatro actos adecuado para la ópera buffa italiana. Simplificó la trama, eliminó personajes secundarios y suavizó las críticas sociales más explícitas, como el famoso monólogo de Figaro contra la nobleza, reemplazándolo con una diatriba misógina más acorde con las convenciones de la época (“Tutto è disposto... Aprite un po’ quegli occhi”). Sin embargo, mantuvo el espíritu del original: un juego de intrigas amorosas y equívocos que culmina en un mensaje de reconciliación.

Mozart trabajó en estrecha colaboración con Da Ponte, moldeando el texto a medida que componía. Su método era peculiar: a menudo tenía la música en su cabeza antes de que el libreto estuviera completo, y Da Ponte debía ajustar sus versos al ritmo y la visión del compositor. Este proceso, que duró aproximadamente seis meses, se llevó a cabo en el apartamento de Mozart en la Große Schulerstraße, cerca del Stephansdom, donde vivía con su esposa Constanze y sus hijos. La leyenda dice que escribió la ópera en seis semanas, pero los registros sugieren que fue un esfuerzo sostenido entre finales de 1785 y abril de 1786, con retoques hasta el último momento.

Superando obstáculos: la censura y la corte

Convertir Le mariage de Figaro en Le nozze di Figaro no fue solo un desafío artístico, sino también político. En Viena, la censura vigilaba cualquier contenido que pudiera interpretarse como revolucionario. Da Ponte afirmó en sus memorias que él mismo abogó ante Joseph II, asegurándole que había purgado el texto de todo lo “inapropiado”. Mozart, por su parte, habría tocado fragmentos de la partitura ante el emperador para demostrar su valor artístico. La estrategia funcionó: aunque el drama de Beaumarchais seguía prohibido, la ópera recibió el visto bueno, un testimonio del prestigio de Mozart y de la habilidad diplomática de Da Ponte.

Sin embargo, no todo fue fácil. Mozart enfrentó presiones externas e internas. Su salud, marcada por dolores de cabeza y estómago, reflejaba el estrés de un período en el que componía sin pausa. Además, las “cabalas” —las intrigas de rivales como Antonio Salieri, según Leopold— intentaban minar su éxito. A pesar de ello, Mozart completó la partitura el 29 de abril de 1786, como anotó en su catálogo personal, apenas dos días antes del estreno.

Foto cortesía de la opera de Berlín

El estreno: un triunfo accidentado

Le nozze di Figaro se estrenó el 1 de mayo de 1786 en el Burgtheater de Viena, bajo la dirección del propio Mozart desde el clavecín. El reparto incluía a cantantes destacados como Stefano Mandini (conde Almaviva), Francesco Benucci (Figaro), Nancy Storace (Susanna) y Michael Kelly (Basilio y Don Curzio). La función fue un éxito relativo: el público apreció la música, pero la complejidad de la obra —con sus ensembles intricados y su mezcla de humor y pathos— desconcertó a algunos. Las primeras representaciones vieron varias repeticiones de arias debido al entusiasmo, pero tras nueve funciones, la ópera fue eclipsada por Una cosa rara de Vicente Martín y Soler.

No fue hasta su presentación en Praga en diciembre de 1786 que Le nozze di Figaro encontró el reconocimiento masivo que merecía, allanando el camino para el encargo de Don Giovanni. En Viena, una nueva versión en 1789 consolidó su lugar en el repertorio.

Legado: el nacimiento de una obra maestra

La creación de Le nozze di Figaro fue un acto de audacia y genialidad. Mozart y Da Ponte tomaron una comedia arriesgada y la transformaron en una obra que trasciende su tiempo, combinando la ligereza de la ópera buffa con una profundidad emocional inigualable. Desde las primeras notas de la obertura hasta el perdón final de la condesa, la ópera captura la esencia de la humanidad: sus deseos, sus errores y su capacidad de redención. Lo que comenzó como un proyecto apresurado en un apartamento vienés se convirtió en un pilar de la cultura universal, un “día loco” que sigue resonando más de dos siglos después.


La importancia de los personajes en Le nozze di Figaro

Le nozze di Figaro no es solo una comedia de enredos; es un retrato vibrante de la humanidad, donde los personajes principales —Figaro, Susanna, el conde Almaviva, la condesa Rosina y Cherubino— son pilares que sostienen tanto la trama como los temas profundos de amor, poder, clase y redención. A través de ellos, Mozart y Da Ponte exploran las complejidades de las relaciones humanas, mientras la música dota a cada uno de una identidad única y memorable.

Figaro: El ingenio al servicio de la resistencia

Figaro, el protagonista titular, es el motor de la ópera. Antiguo barbero de Sevilla (como se vio en la obra previa de Beaumarchais y en la ópera de Rossini), ahora es el criado y mayordomo del conde Almaviva. Su importancia radica en su inteligencia y capacidad de adaptación, que lo convierten en un símbolo de la resistencia frente al abuso de poder. Desde su primera aria, “Se vuol ballare, signor contino”, Figaro establece su determinación de frustrar los planes del conde, quien desea seducir a su prometida Susanna. Su tono sarcástico y su ritmo danzante reflejan su astucia y su desafío a la autoridad.

Figaro no es solo un héroe cómico; su evolución en la ópera, desde la confianza inicial hasta los celos infundados en el cuarto acto (“Aprite un po’ quegli occhi”), muestra sus facetas humanas y lo hace relatable. Su papel como arquitecto de las intrigas —como el envío del anónimo al conde para despertar sus celos— impulsa la acción, pero también lo expone a sus propios errores, añadiendo profundidad a su carácter. En términos sociales, Figaro representa al hombre común que desafía la aristocracia, aunque Mozart y Da Ponte suavizan la crítica política de Beaumarchais para centrarse en su lucha personal por el amor y la dignidad.

Foto cortesía de la opera de Berlín

Susanna: La verdadera heroína y alma de la obra

Aunque la ópera lleva el nombre de Figaro, Susanna, la prometida de Figaro y doncella de la condesa, es el corazón emocional y estratégico de Le nozze di Figaro. Su importancia trasciende el rol tradicional de la criada ingeniosa de la ópera buffa: es la fuerza que une a los personajes y resuelve los conflictos. Susanna es astuta, leal y práctica, como se ve en su advertencia a Figaro sobre la ubicación del dormitorio que les asigna el conde (“Non so più dove son”). Su música, como la serena y apasionada “Deh vieni, non tardar” en el cuarto acto, revela una sensibilidad que eleva su estatus más allá de su posición social.

Susanna es quien idea el plan maestro de disfrazarse con la condesa para desenmascarar al conde, demostrando una inteligencia que rivaliza con la de Figaro. Además, su relación con la condesa rompe las barreras de clase, mostrando una sororidad que culmina en el perdón final. Su presencia constante en la trama y su capacidad para navegar las intrigas la convierten en la verdadera protagonista, un reflejo de la fortaleza femenina que Mozart ennoblece con su música.

El conde Almaviva: El poder en conflicto

El conde Almaviva es el antagonista aparente, pero su complejidad lo hace mucho más que un simple villano. Como noble que ha renunciado al derecho feudal de la primera noche (un detalle que Beaumarchais enfatiza más que Da Ponte), su deseo por Susanna representa una contradicción entre su autoridad y sus impulsos humanos. Su importancia radica en ser el catalizador del conflicto: sin su lujuria y arrogancia, no habría historia. Su aria “Vedrò mentr’io sospiro” en el tercer acto, con su tono furioso y majestuoso, expone su frustración y su incapacidad para controlar lo que considera suyo por derecho.

Sin embargo, el conde no es un tirano unidimensional. Su evolución hacia el arrepentimiento en el finale, cuando pide “Contessa perdono” arrodillado ante su esposa, es uno de los momentos más poderosos de la ópera. Este acto de humildad, acompañado por la música trascendente de Mozart, lo redime parcialmente y subraya el tema de la reconciliación. El conde encarna el poder aristocrático en declive, pero también la posibilidad de cambio, haciendo de él un espejo de las tensiones sociales del siglo XVIII.

La condesa Rosina: La dignidad y el perdón

La condesa Rosina, esposa del conde, es la voz de la melancolía y la virtud en Le nozze di Figaro. Su importancia reside en su transformación de víctima pasiva a agente activo del desenlace. En sus arias “Porgi, amor” y “Dove sono i bei momenti”, Mozart le otorga una profundidad emocional que contrasta con la ligereza de la comedia. Estas piezas, cargadas de nostalgia y esperanza, revelan su dolor por la infidelidad de su esposo y su anhelo por recuperar su amor, elevándola a un plano casi trágico dentro de una ópera buffa.

Su decisión de participar en el plan de Susanna, disfrazándose para exponer al conde, muestra su coraje y astucia. Pero es su acto final de perdón lo que la define: al aceptar las súplicas del conde, la condesa encarna la generosidad y la grandeza moral. Este momento, musicalmente sublime con la pausa que precede a su respuesta, trasciende la comedia y ofrece una resolución que une a todos los personajes. La condesa es el símbolo de la empatía y la redención, un recordatorio de que el amor puede superar las traiciones.

Cherubino: La pasión desenfrenada de la juventud

Cherubino, el paje adolescente del conde, es un torbellino de energía erótica y caos. Su importancia radica en su papel como catalizador de las confusiones y en su representación de la pasión pura e incontrolable. Enamorado de todas las mujeres —la condesa, Susanna, Barbarina—, Cherubino aporta un elemento de desorden que impulsa la trama, como cuando se esconde en el cuarto de Susanna o salta por la ventana en el segundo acto. Sus arias, “Non so più cosa son, cosa faccio” y “Voi che sapete”, son explosiones de emoción juvenil, con melodías inquietas y dulces que capturan su confusión y ardor.

Cherubino también sirve como contraste con los adultos: mientras ellos calculan y conspiran, él actúa por instinto. Su presencia resalta las tensiones sexuales de la obra y añade un toque de inocencia al enredo. Aunque su destino (casarse con Barbarina) se resuelve al margen, su vitalidad es esencial para el tono de la ópera, recordándonos que el amor, incluso en su forma más caótica, es una fuerza universal.

Personajes secundarios: El tejido de la comedia

Los personajes secundarios —Marcellina, Bartolo, Basilio, Barbarina, Antonio y Don Curzio— enriquecen la textura de Le nozze di Figaro. Marcellina y Bartolo, inicialmente obstáculos para la boda de Figaro, se convierten en sus padres en una revelación hilarante que transforma la rivalidad en alianza familiar. Su sexteto en el tercer acto (“Riconosci in questo amplesso”) es un ejemplo del genio de Mozart para los ensembles, combinando humor y ternura. Basilio, el intrigante maestro de música, y Don Curzio, el juez, añaden capas de sátira, mientras que Barbarina, con su breve pero encantadora “L’ho perduta”, aporta un toque de inocencia que culmina en su unión con Cherubino. Antonio, el jardinero, desencadena malentendidos clave, como el hallazgo del documento de Cherubino.

Estos personajes, aunque menos prominentes, son esenciales para el “imbroglio” de la trama y refuerzan el tema de la comunidad: todos, desde el noble hasta el campesino, están entrelazados en este día loco.

La importancia colectiva: Un reflejo de la humanidad

La genialidad de Le nozze di Figaro reside en cómo los personajes interactúan para crear una obra mayor que la suma de sus partes. Figaro y Susanna representan el ingenio y la lealtad del pueblo; el conde y la condesa, las contradicciones y la redención de la nobleza; Cherubino, la energía desenfrenada de la juventud. Juntos, exploran el amor en todas sus formas: romántico, infiel, maternal, fraternal. La música de Mozart les da voz, desde los solos introspectivos hasta los ensembles caóticos, como el finale del segundo acto, donde siete voces se entrelazan en una danza de emociones.

En un nivel simbólico, los personajes cuestionan las jerarquías sociales del siglo XVIII, aunque sin la radicalidad de Beaumarchais. Su importancia trasciende la trama: son arquetipos eternos que reflejan nuestras luchas y aspiraciones. El perdón final, liderado por la condesa pero compartido por todos, sugiere que la armonía es posible incluso tras el caos, un mensaje que resuena gracias a la humanidad que Mozart y Da Ponte infunden en cada uno.



Staatsoper Unter den Linden: Un legado musical entre guerra y reconciliación

En el corazón histórico de Berlín, a lo largo del majestuoso bulevar Unter den Linden, se alza la Staatsoper Unter den Linden, una de las instituciones culturales más emblemáticas de Alemania. Conocida coloquialmente como la "Lindenoper", esta ópera no solo es un testimonio de la excelencia musical, sino también un símbolo de resiliencia frente a los avatares de la historia. Desde su fundación en el siglo XVIII hasta su papel en la dividida Berlín del siglo XX, la Staatsoper ha sido testigo y protagonista de momentos clave, desde la grandeza prusiana hasta los escombros de la guerra y la opresión de la Guerra Fría.


Creación: El sueño de Federico el Grande

La historia de la Staatsoper comienza con una visión ambiciosa. En 1740, poco después de ascender al trono, Federico II de Prusia, conocido como Federico el Grande, encargó la construcción de un teatro de ópera que reflejara su amor por las artes y su deseo de posicionar a Berlín como un centro cultural de Europa. Diseñada por el arquitecto Georg Wenzeslaus von Knobelsdorff en el estilo palladiano, la ópera se erigió entre 1741 y 1743 como parte del proyecto Foro Fridericiano en la actual Bebelplatz. El 7 de diciembre de 1742, el edificio, entonces llamado Königliche Hofoper (Ópera Real de la Corte), abrió sus puertas con Cesare e Cleopatra de Carl Heinrich Graun, marcando el inicio de una tradición que vincularía a la Staatsoper con la Staatskapelle Berlin, una orquesta con raíces en el siglo XVI.

Este teatro, el primero en Europa construido como un edificio monumental independiente, no solo era un espacio para la música, sino también una declaración de poder y sofisticación. Sin embargo, su historia estaría marcada por la destrucción y la reconstrucción, reflejo de los tumultuosos siglos que le sucederían.


La Segunda Guerra Mundial: Cenizas y renacimiento

La Staatsoper enfrentó su primera gran prueba en el siglo XIX, cuando un incendio en 1843 la redujo a cenizas. Reconstruida bajo la dirección de Carl Ferdinand Langhans, volvió a brillar hasta que la Segunda Guerra Mundial trajo consigo una devastación aún mayor. En la noche del 9 al 10 de abril de 1941, un bombardeo aliado dañó gravemente el edificio, dejando solo partes del pórtico y la fachada norte en pie. En un gesto de desafío, Adolf Hitler ordenó su reconstrucción inmediata para demostrar la resistencia del espíritu alemán. El 12 de diciembre de 1942, la ópera reabrió con Die Meistersinger von Nürnberg de Wagner, pero este renacimiento fue efímero. El 3 de febrero de 1945, apenas 26 meses después, otro ataque aéreo arrasó nuevamente el teatro, reduciéndolo a ruinas en los últimos estertores de la guerra.

Las dos destrucciones consecutivas durante el conflicto simbolizan el caos que envolvió a Berlín. Sin embargo, incluso en medio de la guerra, la Staatsoper mantuvo su relevancia cultural. Antes de su cierre en 1944 por orden de Joseph Goebbels, la última función fue, irónicamente, Le nozze di Figaro de Mozart el 31 de agosto, un canto a la reconciliación en tiempos de división.

Bajo la opresión soviética y el Muro de Berlín

Tras la guerra, Berlín quedó dividido, y la Staatsoper, ubicada en el sector soviético (Berlín Este), enfrentó un nuevo capítulo bajo la influencia de la URSS. En 1951, el arquitecto Richard Paulick recibió el encargo de reconstruir el edificio, un proyecto impulsado por el gobierno de la recién formada República Democrática Alemana (RDA). Mientras tanto, el Admiralspalast sirvió como sede provisional. La reconstrucción, completada en 1955, reflejó las prioridades del régimen: el nombre cambió a Deutsche Staatsoper, y la inscripción original “Fridericus Rex Apollini et Musis” fue reemplazada por un título que enfatizaba la identidad socialista. El 4 de septiembre de 1955, la ópera reabrió con otra función de Die Meistersinger von Nürnberg, un guiño a su pasado pero también una afirmación de su nuevo rol en la RDA.

La construcción del Muro de Berlín en 1961 marcó un punto de inflexión. La Staatsoper quedó aislada en el Este, enfrentando problemas de personal y recursos debido a la emigración de artistas al Occidente. Para mantener su prestigio, la RDA reclutó músicos de otras orquestas y escuelas de la región, incorporando incluso solistas de países del bloque del Este. Bajo la dirección de Otmar Suitner (1964-1990) y Heinz Fricke, la ópera se consolidó como un ensemble destacado en Europa, realizando giras internacionales y grabaciones que desafiaban las restricciones de la Guerra Fría. A pesar de la opresión política, el repertorio clásico y romántico, junto con nuevas obras como Das Verhör des Lukullus de Paul Dessau (1951), mantuvo viva su tradición.

La división de Berlín también fragmentó su escena operística. Mientras la Staatsoper operaba en el Este, la Deutsche Oper en Charlottenburg se convirtió en el principal teatro de ópera de Berlín Occidental tras su apertura en 1961 con Don Giovanni de Mozart, apenas semanas después de la erección del Muro. Este teatro, construido sobre las ruinas de su predecesor destruido en la guerra, asumió el rol de emblema cultural en el Occidente. Al mismo tiempo, la Komische Oper, también en Berlín Este, ofrecía un enfoque más experimental bajo Walter Felsenstein, completando un trío único de óperas estatales que ninguna otra ciudad europea igualaba.

Renacimiento tras la reunificación

La caída del Muro en 1989 y la reunificación alemana en 1990 abrieron una nueva era para la Staatsoper. Restaurada oficialmente como Staatsoper Unter den Linden en 1995, recuperó su inscripción original en los años 80 y se reintegró al panorama operístico internacional. Bajo Georg Quander y, desde 1992, Daniel Barenboim como director musical, la ópera exploró un repertorio diverso, desde óperas barrocas con René Jacobs hasta ciclos wagnerianos. Una renovación masiva entre 2010 y 2017, que modernizó sus instalaciones manteniendo su esencia histórica, culminó con su reapertura el 3 de octubre de 2017, justo a tiempo para su 275 aniversario.

Las otras óperas de Berlín

La Staatsoper no está sola en Berlín. La Deutsche Oper y la Komische Oper, surgidas de las divisiones de la guerra y la Guerra Fría, forman un trío excepcional. La Deutsche Oper, en el Oeste, se enfocó en grandes producciones clásicas, mientras que la Komische Oper, en el Este, destacó por su innovación. Esta multiplicidad operística, resultado de la historia dividida de la ciudad, distingue a Berlín como un epicentro musical sin parangón, donde cada teatro aporta su propia voz.

Un símbolo perdurable

La Staatsoper Unter den Linden es más que un edificio: es un reflejo de la historia de Berlín. Desde su creación como un sueño de Federico el Grande hasta su supervivencia a través de guerras y regímenes, ha renacido una y otra vez. Durante la Segunda Guerra Mundial, fue un blanco que se levantó de las cenizas; bajo la opresión soviética y el Muro, mantuvo su luz cultural en la oscuridad. Hoy, junto a sus hermanas operísticas, sigue siendo un faro de arte y resistencia, un lugar donde la música trasciende las fronteras y los tiempos.

Se pueden encontrar más actividades cerca de la opera visitando Visit Berlin.


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